P. JUAN CARLOS CERIANI: SERMÓN DEL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA


SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él.

Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.

Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: Levantaos, no tengáis miedo.

Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

¿Cuál es la intención de la Iglesia al leer el mismo fragmento evangélico ayer, Sábado de Cuatro Témporas, y hoy, Segundo Domingo de Cuaresma? ¡Y qué Evangelio! ¡Qué poco consuena con el ambiente cuaresmal!

¿Por qué nos muestra el divino Redentor su gloria, cuando nosotros estamos rumiando el recuerdo de su humillación?

¿Será la Iglesia fiel transmisora de los pensamientos de Jesucristo, al colocar el Gólgota tan cerca del Tabor, al unir estos dos montes tan estrechamente de modo tal que el uno parece estribación del otro?

Hace cinco años expliqué que Jesucristo quería confirmar a sus Apóstoles en la fe del Verbo Encarnado: que como Hombre, debía padecer…; y como Dios, había de resucitar…

De ese modo, con una muestra de la Resurrección (un misterio glorioso), quiere prepararlos para que acepten el escándalo de la Pasión. Quiere hacerles entender (y hacernos comprender a nosotros) que después del pecado original no hay Resurrección ni Glorificación sin Cruz… Pero que, ya que hay Resurrección y Glorificación, no debemos temer la Pasión y la Cruz…

Y para que los Apóstoles confiasen en Nuestro Señor y no temiesen seguir a Jesús en las persecuciones, en los tormentos, en la muerte, así como en las tentaciones, pruebas y cruces, Dios Padre les dice: “escuchadle”.

Esta voz divina, voz que se oye en medio de una espléndida teofanía, que se oye en un momento en que en la cumbre del monte Tabor se halla representada toda la historia religiosa de la humanidad, esta voz del Padre es la consagración de la suprema ley del cristianismo: la ley de las humillaciones y del dolor para llegar a la gloria… Antes de llegar al monte Tabor es necesario pasar por el monte de Getsemaní y por el monte Calvario… No hay glorificación sin agonía y cruz.

Así como la transfiguración se ordenaba a confirmar la fe en la divinidad de Jesucristo y preparar a los Apóstoles para la Pasión, del mimo modo los consuelos espirituales tienen por finalidad hacernos sobrellevar las purificaciones y a ellas nos orientan.

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Este año me remitiré a la narración evangélica, que nos dice que primero Jesús subió al Tabor, para escalar luego el Gólgota. Primero se transfiguró, para luego poder vencer al demonio y al mundo por la Cruz.

Por lo tanto, no sería posible subir al Gólgota, pisotear el mundo, triunfar en las luchas del dolor como lo hizo Jesucristo, sin haber estado antes en la cumbre del Tabor.

De modo que la Santa Iglesia presenta ayer y hoy este pasaje evangélico, no para arrojar algunos rayos de la gloria de Jesús en medio de la noche de la Pasión, sino para indicarnos el camino que nos conduce, por el Tabor, al Gólgota.

Este es el camino por el cual entra Cristo en su gloria… Hay que pasar por el Tabor, si es que queremos llevar la cruz con Cristo.

Jesús ora y se transfigura vistiéndose de gloria. ¿Cuál es el significado de este hecho?

Regularmente recordamos que Cristo llegó al monte de la Ascensión pasando por el Gólgota, mas no paramos mientes en que llegó al Gólgota pasando por el Tabor.

Pudo triunfar en la lucha, porque el mal, el sufrimiento, el tormento se transfiguraban en su alma. Su alma se hallaba y vivía en plena luz; por esto pudo vencer las tinieblas.

En el Tabor reveló la elevación de su alma, su unión con Dios.

Nos enseña el trabajo espiritual, mediante el cual podemos levantarnos por encima del mundo, del tiempo, de la miseria, de la caducidad y debilidad; un trabajo con que podemos librar nuestro corazón, despegarlo del llano; un trabajo con que podemos conservar el vigor del alma en la reacción contra el mal, y trabajar con alegría incluso en medio de la tristeza; un trabajo capaz de intensificar nuestros esfuerzos, deseos y luchas.

Este trabajo es la oración. Así debemos llenarnos de pensamientos divinos y santo entusiasmo.

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¿Qué significa, entonces, el monte Tabor? Significa el esfuerzo del alma, su afán de llegar a Dios; significa esa sublimidad festiva de los pensamientos que logramos con la oración, de esos pensamientos que se ciernen sobre el alma como el águila sobre los peñascos cuando, extendidas las alas, sin moverlas siquiera, flota en el cielo azul.

Por efecto de estos pensamientos grandes se transfigura el alma, se hace más pura, resplandeciente y noble.

El monte Tabor significa esta transfiguración del alma. Las almas que así se transfiguran, serán capaces de reunir las energías necesarias para vencer al demonio y al mundo mediante la cruz…

Estas almas serán capaces de la ingente labor que han de llevar a cabo la razón y el corazón, mientras vamos subiendo, del llano del pensar mundano, hacia las cumbres…

El hombre ha de poner tensos su razón, sus pensamientos, su corazón, sus sentimientos, si anhela escalar las cumbres. Debemos dedicar un trabajo duro a nuestro mundo espiritual, si es que queremos encumbrarnos.

Tienen una aplicación exacta en este punto las palabras del salmo: ascensiones disposuit in corde suo —ha dispuesto en su corazón los grados para subir—. Es el alma quien ascendit, quien va subiendo por los peldaños, después de despegarse del llano de este mundo.

Así se comprende que, ahora como entonces, Jesús no responde nada a la invitación de San Pedro…; calla delante de todos los que sólo están a gusto con Él cuando les regala con dulzuras en el Tabor.

Jesús sólo responde a los que, transfigurados como Él por la pobreza, el dolor y la humillación, van a Getsemaní y al Calvario

Responde a los que, con el mismo apresuramiento de San Pedro en el Tabor, le dicen: ¡Bien se está aquí, Señor!; ¡déjame estar así transfigurado en la pobreza, el dolor y la humillación todo el tiempo que Tú quieras!

Sólo a estos responde Jesús…; pero, ¡qué respuestas de dulzuras inefables, de esperanza de cielo y de fortaleza inaudita suele dar en esos momentos!

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Mas no basta el ascenso para hallarse en el Tabor. Quizá creamos que vamos progresando, y no somos sino unos sonámbulos que siempre vuelven al punto de partida, si nos faltan las otras dos características de los que se hallan en el Tabor: el pensamiento festivo y la transfiguración.

Hablar del pensamiento festivo significa que el pensamiento toma posesión de nosotros como celebrando fiesta.

Así llegaron los tres Apóstoles a la cima del monte; y desde allí extendieron la mirada sobre el mundo soñoliento, nebuloso, polvoriento…; y se alegraron de haberlo abandonado.

Es el placer que nos embarga el estar allá, en la cima, por la impresión de libertad y sublimidad.

Nos sentimos libres, nos parece dominar el mundo; nos agrada esa libertad sin límites.

El hombre ha de lograr, mediante los pensamientos solemnes y festivos, una libertad sublime: sólo Dios domina ya en su alma y el hombre se domina a sí mismo y triunfa del mundo.

Festivo y dominante será el pensamiento, si logra guiarnos; festivo y dominante será el sentimiento si nos llena y colma de dicha.

Pero esto no es suficiente… Falta la segunda característica: la transfiguración.

Podemos haber llegado a la cima del Tabor…, y no habernos transfigurado en otro hombre.

Y, sin embargo, es lo que habría tenido que suceder…

Allí están Pedro, Santiago y Juan… Estaban festivos… ¡Qué bien se está aquí!… ¡Hagamos tres tiendas!…

Aún no habían sido transfigurados… Esto llegará el día de Pentecostés…

El hombre se transfigura cuando está ardiendo, cuando se funde…

Entonces, la dulzura del Señor le llena el alma…

Entonces se saborean los consuelos de los cuales dice San Pablo: sobrepujan a todo entendimiento.

Con estos sentimientos, con esta transfiguración, podemos vencer las mayores dificultades y olvidar todos los goces del mundo.

Cuando llegamos a la cima del Tabor espiritual, si luego nos vemos cargados de una cruz, también la subiremos al otro monte, al Gólgota, pasando previamente por el Huerto de Getsemaní…

¿Podremos hablar de alegría y libertad, si nos apegamos a todo aquello de lo cual tendríamos que librarnos? ¿Podrá nuestro corazón rendir homenaje festivo a Dios, si rinde homenaje a muchos otros sentimientos?

¡No! No son éstas las huellas de la gracia. Pero…, vestigia terrent… Estas huellas espantan…

Todas las otras se dirigen hacia abajo… Bajan del monte y no suben…

Mas nosotros queremos subir…

Por lo tanto, hemos de luchar, trabajar y orar.

Nos hemos decidido a subir al Gólgota; por esto hemos de procurar escalar antes el Tabor.

No nos sostendremos en medio del padecimiento y del sacrificio, si no escalamos con alegría y entusiasmo el Tabor…

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Con el alma enardecida por la oración, se transfiguró Jesús: y mientras estaba orando apareció diversa la figura de su semblante, dice San Lucas.

He ahí la transfiguración de quien siente la dicha de la unión con Dios: el cuerpo y la sangre, la pesantez y la oscuridad de la existencia terrenal se revisten de espíritu.

Trabajamos incansablemente para que el espíritu se irradie cada vez más sobre el cuerpo, sobre los instintos, sobre el trabajo… En nuestras oraciones trabajamos para transformarnos, para ser más puros, más nobles, más espirituales.

El primer paso del esfuerzo moral hacia la transfiguración en una oración humilde, fervorosa, intensa.

Cuando nuestra vida se transfigure, podemos exclamar con San Pedro: Señor, bueno es estarnos aquí; aquí en el alto monte de la elevación espiritual; aquí en la región de las iluminaciones divinas; aquí en la nube resplandeciente de la oración; aquí, lejos del mundo y cerca de Dios; es bueno, muy bueno estarnos aquí.

Y debemos aprovechar esta transfiguración de los consuelos. Mas no olvidemos que llegará el momento en que debamos bajar del monte y volver al mundo polvoriento, de áridas llanuras.

Bajemos, entonces, con el alma resplandeciente y llena del aire puro de las alturas.

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¿Y la otra transfiguración?…: Llevándose consigo a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse… y se postró en tierra, caído sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, no me hagas beber este cálizVolvió después a sus discípulos, y los halló durmiendo.

He ahí la Santa Faz que suda sangre; he ahí el derramarse del espíritu triste sobre el cuerpo; he ahí el estado de desconsuelo y oscurecimiento.

El hombre tiene horror a ese estado y se duerme…; se considera dichoso si puede olvidarse de sí mismo…

Jesucristo aun en trance tan amargo sigue orando, luchando; y se conforma con la voluntad santísima de Dios: Tú lo quieres, Señor mío; de tus manos acepto el cáliz; aunque no sienta consuelo, no me importa; tengo conciencia clara de las arras de la gloria; sé que el cumplir, en medio del desconsuelo, la voluntad divina es semilla de vida eterna y fuente de gracia.

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Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.

Levantaos, no tengáis miedo.

No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD

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