VIGILIA PASCUAL


VIGILIA PASCUAL

R. P. Juan Carlos Ceriani

Resurrexi et adhuc tecum sum. Resucité, y aún estoy contigo.

Estas palabras, las primeras que nos ofrece el Misal el día de Resurrección, podrían servir de lema al período litúrgico en que nos encontramos.

El Señor ha resucitado; pero no se separa todavía de nuestra compañía. Comprendemos, pues, que el ciclo pascual simbolice el tiempo de la patria, así como la Cuaresma simbolizaba el destierro.

En este ambiente debe vivir el cristiano; con este espíritu debemos asistir a los oficios divinos. El Señor está aún con nosotros; nos lo recuerda el Cirio Pascual.

Demos, pues, nueva actualidad en nuestra vida a la gracia bautismal. San Agustín lo predicaba a los neófitos con palabras muy penetrantes:

Terminando hoy las solemnidades del sacramento bautismal, nos dirigimos más especialmente a vosotros que sois nuevos gérmenes de santidad, regenerados por el agua y el Espíritu Santo, brotes santos, nuevo coro de elegidos, flor de nuestro honor, fruto de nuestro trabajo, mi gozo y corona, vosotros todos los que estáis radicados en el Señor. Con palabras del Apóstol os exhorto: Mirad que pasó la noche, y que se llegó el día; desechad, pues, las obras de las tinieblas y revestíos de las armas de la luz. Andemos con decencia, como corresponde al que anda de día; revestíos de Nuestro Señor Jesucristo.

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Hemos muerto con Cristo para vivir su vida. Cristo murió en la Cruz como Cabeza de los elegidos. Luego, con Él morimos todos. Nuestros pecados quedaron clavados en el leño. La naturaleza pecadora resultó crucificada. Nuestra vida es vida nueva, como lo es la de Cristo después de la Resurrección.

¡Luminosa verdad! ¡Medítala, cristiano! Si después de resucitado a la vida, vuelves a las obras del hombre muerto, obligas en cierto sentido a Cristo a dejar su Cuerpo glorioso para volver a tomar la carne de muerte.

Por el bautismo formas parte del Cuerpo glorioso de Cristo; con el pecado vuelves a las obras de muerte. Ten presente esta verdad, cuando las pasiones declaren sus pretensiones. Aprópiate el grito jubiloso del Apóstol: ¡Vivamos vida nueva!

Cristo resucitado ya no muere; la muerte no tiene ya dominio en Él. Del mismo modo nosotros, muertos ya al pecado y resucitados a la vida, no volvamos a las viejas sendas del pecado, a las costumbres del viejo hombre, pues son costumbres de muerte, y nosotros hemos sido hechos nuevas criaturas, que no deben gustar la muerte del pecado.

Por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo, muriendo al pecado; a fin de que, así como Cristo resucitó victorioso, así también nosotros vivamos vida nueva.

Por eso la Santa Iglesia nos hace pedir: Haz, te rogamos, oh Dios Omnipotente, que habiendo celebrado las fiestas de Pascua, continuemos, con tu gracia, realizando su ideal en nuestra vida y costumbres.

Profundicemos más en esta consideración tan propia del tiempo pascual.

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La Santa Iglesia ha preparado para brillar durante la larga Vigilia y los oficios pascuales una antorcha superior en peso y tamaño a todas las candelas que se encienden en las otras solemnidades. Este Cirio es único; tiene la forma de una columna; y representa a Jesucristo.

Antes de ser encendido, simboliza la columna de nube que cubría la salida de los hebreos de Egipto; en esta primera forma, representa a Nuestro Señor en la tumba, inanimado, sin vida.

Cuando ha recibido la llama, vamos en él la columna de fuego que iluminaba los pasos del pueblo santo; y también la figura de Cristo radiante con los esplendores de su Resurrección.

La majestuosidad de este símbolo es tan grande que la Iglesia utiliza toda la magnificencia de su lenguaje inspirado para excitar el entusiasmo de los fieles.

Este Cirio, preparado así con tanto cuidado, y por fin encendido y bendecido, representa, pues, a Jesucristo Resucitado. Los granos de incienso recuerdan, por un lado las llagas del Crucificado, y, por otro los perfumes y ungüentos que prepararon las Santas Mujeres para embalsamar el Cuerpo de Jesús.

Por eso ha sido el blanco de las miradas y de los homenajes de los fieles reunidos esta noche para la Vigilia Pascual, y su luz ha iluminado y alegrado todo y a todos.

El anuncio de Pascua resuena en medio de las alabanzas que la Iglesia dispensa a este glorioso Cirio, Heraldo de la Resurrección del Redentor.

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El Exultet, llamado también Pregón Pascual, es uno de los más antiguos himnos de la tradición litúrgica romana. Hay testimonios de su existencia desde fines del siglo IV.

Por este himno invita la Iglesia a exultar y alegrarse por el cumplimiento del misterio pascual, recorriendo en el canto los prodigios cumplidos en la historia de la salvación.

El Exultet o Angélica, o más propiamente Praeconium Paschale o Anuncio Pascual, es un poema lírico dedicado a la luz y a la Resurrección de Jesucristo. Está henchido de teología respecto del misterio de la Redención.

En la antigüedad, este himno venía escrito sobre un largo rollo de pergamino que llevaba el texto en un sentido y las imágenes históricas en el sentido contrario; de modo que, mientras el diácono narraba el contenido y hacía correr el pergamino sobre el púlpito, los fieles podían seguir la historia mirando las ilustraciones.

Primero, anuncia el diácono a todos la Alegría de la Pascua, alegría del Cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre el poder de las tinieblas.

Tras esta primera parte, el diácono entona la gran Acción de gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el poema.

Recuerda la Redención, que rescató del pecado de Adán y esclavitud del demonio, rememorando luego las figuras de esta redención: el Cordero Pascual, el Mar Rojo, la Columna de Fuego.

En esta noche se da la salvación y Cristo alcanza su victoria. Entonces el diácono expresa, en términos aún más poéticos, lo que acaba de cantar y ensalza la venturosa noche en que se rompen las cadenas de la muerte, noche de la condescendencia de Dios para con nosotros, noche de la inestimable ternura de su amor, pues, para rescatar al esclavo, entregó a su propio Hijo.

Canta el diácono a la feliz culpa; feliz por haber tenido tan augusto redentor.

Después canta al Cirio mismo que la Iglesia ofrece. Que este cirio arda sin apagarse, y que el lucero matutino, que es Cristo, que no conoce ocaso, al salir del sepulcro lo encuentre ardiendo todavía.

Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del Cielo.

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Esta bellísima pieza lírica arrebata a los fieles, sorprendidos además por la impresión de la noche iluminada por el fulgor vacilante de las velas.

Debemos dejarnos impresionar por su profunda doctrina. La belleza del latín, la profusión de figuras, la poética condensación de los temas y el lirismo de la pieza debieron mantenernos atentos y deseosos de penetrar todo su sentido. Debemos retomarlo mañana y durante toda esta semana como tema de meditación.

Exulte ya la angélica turba de los cielos; exulten los divinos misterios (las jerarquías del cielo); y por la victoria de Rey tan poderoso, resuene la trompeta anuncia la salvación.

Gócese también la tierra, irradiada de tantos fulgores, e iluminada por el esplendor del Rey eterno, sienta disipada las tinieblas que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra Madre la Iglesia, adornada con los fulgores de luz tan brillante; y resuene este recinto con las festivas aclamaciones del pueblo.

En verdad, es justo y digno aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Porque Él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y ha borrado con su Sangre inmaculada, la condena del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto, a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Esta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado.

Esta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra los arranca de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los Santos.

Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.

¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo.

¡Oh! ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo.

Esta es la noche de que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo».

Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los potentes.

En esta noche de gracia, acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, para destruir la oscuridad de esta noche, arda sin apagarse y, aceptado como perfume, se asocie a las lumbreras del cielo.

Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso Jesucristo, tu Hijo, que, volviendo del abismo, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD

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