SERMÓN PARA LA DOMÍNICA PRIMERA DE PASCUA


PRIMER DOMINGO DE PASCUA

R. P. Juan Carlos Ceriani

Desde el comienzo, el Libro del Apocalipsis se expresa en términos claros y firmes:

Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan las cosas escritas en ella, pues el momento está cerca.

A causa de la bienaventuranza aquí expresada, el Librito de San Juan, juntamente con el Evangelio, era en tiempos de fe viva un libro de cabecera de los cristianos.

La Santa Liturgia lo pone en los labios y el corazón de los sacerdotes y religiosos, obligados al rezo del Santo Oficio, durante la tercera semana de Pascua.

Para formarse una idea de la veneración en que era tenido por la Iglesia, bastará saber lo que el IV Concilio de Toledo ordenó en el año 633: “La autoridad de muchos concilios y los decretos sinodales de los santos Pontífices romanos prescriben que el Libro del Apocalipsis es de Juan el Evangelista, y determinaron que debe ser recibido entre los Libros divinos; pero muchos son los que no aceptan su autoridad y tienen a menos predicarlo en la Iglesia de Dios. Si alguno, desde hoy en adelante, o no lo reconociera, o no lo predicara en la Iglesia durante el tiempo de las Misas, desde Pascua a Pentecostés, tendrá sentencia de excomunión”.

Por lo dicho, durante los cinco Domingos de Pascua de este año predicaré sobre este Libro Canónico.

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Hoy lo consagraré a la meditación de los diversos títulos de Nuestro Señor Jesucristo.

El Apocalipsis atribuye veinticinco títulos a Cristo; doce hablan de su divinidad, de su humanidad y de la unión de estas dos naturalezas; otros cinco títulos se refieren a su oficio; ocho, finalmente, señalan su relación con el tiempo y con los acontecimientos, muy especialmente con la Redención.

Nos detendremos en algunos de ellos para tratar de sacar algún provecho espiritual.

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El primer título se presenta en una frase que dice:

Gracia a vosotros y paz de Aquel que es, y que era, y que viene (I, 4).

San Juan designa a Jesucristo con tres palabras griegas intraducibles exactamente al castellano (un verbo y dos participios activos sustantivados) y que designan:

su Divinidad = Aquel que es (el Siendo).

su Humanidad = Aquel que era (el Era).

su futura Venida = Aquel que viene (el Viniéndose).

En otros lugares se retoma la fórmula, hasta que en el capítulo once, versículo diecisiete, se dice Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, suprimiendo que viene, porque el Advenimiento se da por realizado.

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San Juan sigue con la declinación de los títulos de Cristo Mesías: de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra
(I, 5).

Los tres títulos, Testigo fiel, Primogénito, Príncipe, sirven de resumen cronológico de la obra de Cristo:

En el pasado, como Profeta, Cristo era el testigo fiel, punto de contacto entre el presente y el futuro. Si Cristo fue fiel durante su ministerio en el mundo, por supuesto lo será en su presente ministerio celestial al impartir a San Juan esta Revelación, y lo será en el futuro cumplimiento de la misma.

En el presente, es el primogénito entre los muertos, lo cuan señala prioridad de Cristo en cuanto a la resurrección corporal. Es el primero que logró una victoria completa sobre la muerte. Después de su Resurrección Jesucristo ascendió al Cielo para empezar su ministerio actual como Sacerdote en el Templo de Dios.

En el futuro, vendrá sobre las nubes como Rey de reyes, lo cual confirma que la gran consumación de toda profecía es la Segunda Venida Cristo.

De este modo, vemos que en el pasado, el Verbo creó todas las cosas; en el presente, Cristo gobierna todas las cosas; en el futuro, Cristo restaurará todas las cosas recapitulando todo en Él.

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Es tan hermosa como profunda la definición que el Salvador da de sí mismo en el versículo 8 de este capítulo: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso.

En Éxodo III, 14 leemos: Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy.

En Apocalipsis I, 17 se dice: Soy yo, el Primero y el Último.

Y en el capítulo XXII, 13: Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin.

La denominación de “Cristo Pantocrátor” se vulgarizó como apelativo de Cristo en la Iglesia Oriental, y significa el que todo lo manda, el Omnipotente, el Todopoderoso.

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Los versículos 12-18 del capítulo primero presentan una imagen de Nuestro Señor llena de contenido:

Me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete candelabros de oro, y, en medio de los candelabros, alguien como Hijo de hombre, vestido de ropaje talar, ceñido el pecho con un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego; sus pies semejantes a bronce bruñido al rojo vivo como en una fragua; su voz como voz de muchas aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su aspecto era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.

Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso diestra sobre mí y me dijo: “No temas; Yo soy el Primero y el Ultimo, y el viviente; estuve muerto, y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo”.

San Juan traza una figura sobrehumanamente imponente de Nuestro Señor; tanto que a él lo derriba.

Este emblema representa el poder y la majestad del Hijo del Hombre, a cuya autoridad soberana atribuye los mensajes que dirige a las Siete Iglesia de Asia y, proféticamente, a las siete épocas de la Iglesia Universal.

Además, muestra la presencia y la acción incesante del Salvador en medio de esta Iglesia y su Sacerdocio eterno.

Hijo del Hombre. En los Evangelios, este título revela que algún día el Verdadero Hombre recuperará lo que Adán perdió en la caída y reinará sobre el mundo. El libro de Apocalipsis indica los pasos que Él tomará para realizar esta meta divina.

El hábito talar indica su posición, autoridad y dignidad de Juez.

Sigue una séptuple descripción de Cristo:

Su cabeza y sus cabellos. Mientras las canas en el ser humano indican decaimiento en una edad avanzada, en esta escena, el color blanco referente a Cristo, indica cuatro cualidades: señorío, superioridad, sobriedad y santidad.

Sus ojos. Durante su vida terrenal, los ojos del Señor indicaron sus reacciones frente a diversas situaciones: perturbación, ternura, búsqueda de alguien, tristeza, observación de una mala acción…

Como llama de fuego. En el último juicio no habrá escapatoria de la mirada penetrante del Juez. Sus ojos penetrantes sondean todo, poniéndolo al descubierto.

Sus pies. El hecho de pisotear algo habla de desdén y victoria… y lo que hará Cristo en su Segunda Venida, como lo indica más adelante el Apocalipsis (19, 15).

Semejantes al bronce bruñido. Manifiesta la pureza, cuando el metal ha sido trabajado en el crisol. El color y el calor del bronce indican que el juicio de Cristo será irresistible.

Su voz. Estridente, sobresale por encima de todas las demás como el ruido de una catarata poderosa.

Todas estas imágenes nos hacen ver sus poderes divinos: omnisciencia (ojos…); omnipresencia (pies…); omnipotencia (voz…).

He aquí un contraste entre la humillación del Hijo del Hombre y su presente exaltación…

En su diestra. Especifica particularmente la mano derecha porque esta indica soberanía, autoridad y seguridad. Allí las iglesias, representadas por las estrellas, se encuentran en el lugar favorecido.

Espada aguda. La Palabra de Dios se muestra aquí más bien en su carácter de castigar que en el de convertir. ¡Este Juez lleva armamento! Esta espada es blandida cinco veces en el libro ejecutando los juicios devastadores de Dios.

Su rostro era como el sol. En su Primera Venida no había nada destacado en la apariencia de Cristo; sólo en el Monte de la Transfiguración manifestó su gloria velada. Ahora, glorioso, su preeminencia es vista en su rostro, distintivo central de su persona.

El primero y el último. Lo cual indica la Divinidad.

El viviente. El que está viviendo. El Padre ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.

Vivo por los siglos de los siglos. Cristo venció a la muerte y ya no muere más. Tiene soberano control sobre la muerte física y sobre el Hades.

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Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: el que abre y nadie cerrará; que cierra y nadie abre
(III, 7).

Jesucristo invoca aquí no solamente su conocimiento y veracidad de Profeta, sino también su poder discriminatorio: goza del poder supremo. Esta expresión reviste sentido mesiánico y está tomada de Isaías; Jesucristo nos es presentado ejerciendo las funciones de Primer Ministro en el Reino de Dios; tiene el poder y la autoridad suprema para admitir o excluir a cualquiera de la nueva ciudad de David y de la Nueva Jerusalén.

Más abajo el texto explicitará: Esto dice el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios
(III, 14).

Es decir, la Verdad misma. Cristo es el Confidente, el Amén de Dios, el testigo fiel y verdadero. Él es digno de toda confianza.

En estos últimos tiempos, el mundo está saturado de intrigas políticas, de doble lenguaje, de pactos rotos, de ecumenismo y sectas… Cristo es el único Verdadero. Delante de Pilato dijo: para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad.

Jesucristo no sólo es el Creador de todas las cosas, sino también el principio, fin y consumación de la creación.

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Mira: el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha triunfado, de suerte que abra el libro y sus siete sellos
(V, 5).

La imagen de un león es de dignidad, de soberanía, de valor y de victoria.

El título Raíz de David implica sus antecedentes y que Él produjo a David. En cuanto a su humanidad, Jesús tenía sus raíces en David; pero, en cuanto a su divinidad, Jesús es la raíz de David.

Y vi que en medio delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos estaba de pie un Cordero como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos
(V, 6).

San Juan sustituye la apelación de Cristo Hijo del hombre, por la de Cordero muerto y resucitado: la Redención ya fue operada.

El Cordero y el Libro Sellado significan el dominio profetal de Cristo sobre los acontecimientos históricos, y su triunfo y Reino final.

San Juan había visto un León en su majestad, ahora ve un Cordero en su mansedumbre. Sólo un compositor inspirado por el Espíritu Santo habría pensado en el uso de un Cordero como símbolo de Cristo en la gloria.

Cuando los grandes del mundo quieren simbolizar potencias, pintan fuertes fieras o aves rapaces. Sólo el Reino de Dios se atreve a usar como su símbolo de poder, no al León, sino a un manso Cordero, a uno que había muerto.

Como Cordero, Cristo eliminó el pecado por medio del sufrimiento. Como León, durante la última tribulación, lo va a eliminar por medio de la destrucción.

Entre el presente versículo y el resto del libro, hasta el capítulo 19, 9, Cristo siempre se muestra como un Cordero; pero, cuando regrese al mundo para juzgarlo personalmente y establecer su Reino milenario, Él se manifestará como el Hijo de Dios, identificado con los títulos que ya veremos más abajo.

Sus siete cuernos son símbolo del Poder perfecto; los ojos de la total Sabiduría.

Siete, el número de lo completo habla de la omnipotencia de Cristo.

Cuernos, una metáfora bíblica de fortaleza.

Ojos, indican la plenitud de inteligencia y de sabiduría. Cristo es también omnisciente.

Cristo tiene todo poder y toda percepción.

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Entonces vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco: el que lo monta es el que se llama «Fiel» y «Veraz»; que juzga y combate con justicia. Sus ojos son llama de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas; lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo él; viste un manto empapado en sangre, y su nombre es: el Verbo de Dios. Y los ejércitos del cielo, vestidos de finísimo lino blanco y puro, le siguen sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones; él las regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores
(XIX, 11-16).

En estos versículos hay una séptuple descripción de Cristo: dos nombres, hechos, ojos, cabeza, otro nombre, ropa, otro nombre.

Los cuatro nombres de Cristo son dados en cuatro intervalos que demuestran la universalidad de su reinado.

Estos versículos describen el maravilloso y deslumbrante regreso de Jesucristo a la tierra con poder y gloria para inaugurar su Reinado de paz, justicia y santidad.

Caballo blanco. Habla de un guerrero victorioso. Lejos de ser un revés, su muerte fue seguida por la Resurrección y ahora, con su regreso, muestra a sus enemigos que reinará como Rey.

Fiel y Verdadero, que ya hemos visto; el mismo Jesucristo, representación y poderío del Rey. Cristo, Juez del mundo, vendrá como Rey a derrotar a sus enemigos. Su triunfo, anunciado desde las primeras páginas del Libro Sellado, va ahora a manifestarse ante todo contra el Anticristo.

El Anticristo será infiel y mentiroso.

Cristo probó sus características durante su ministerio terrenal: Quién de vosotros me redarguye de pecado. Estas dos palabras llevan el concepto de confiabilidad y exactitud.

Muchas diademas; más que el dragón. Poderío inconmensurable el de Jesucristo, porque el Nombre que lleva sobre su frente es su Deidad; y los Nombres que los hombres podemos conocer, los cuales añade enseguida San Juan, derivan de Ella.

Nombre que ninguno conoce Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre. Habla de la relación entre los miembros de la Trinidad que va más allá del alcance del entendimiento humano.

Sólo Cristo entiende su verdadera esencia y unidad en la Trinidad.

Lo más sensato es entender que se refiere a un nombre de intimidad secreta, quizás un apelativo sólo conocido entre las Personas de la Santísima Trinidad.

Siempre habrá un aura de misterio acerca de Cristo, que la mente finita, aun en la gloria, jamás podrá entender.

Sus vestidos están salpicados, sea de su propia Sangre, lo cual indica su naturaleza humana y los méritos de su Pasión y Muerte; sea de la vendimia de sus enemigos.

La espada de doble filo, que sale de su boca, es la Palabra de Dios.

La vara de hierro y el lagar del agrio vino designan la Parusía y la gran guerra que la precede.

El Verbo de Dios. Cristo, como el Verbo de Dios, lleva hasta la consumación perfecta todos los propósitos de Dios Padre.

Rey de reyes. Anticipa su soberano reinado milenario. El título que no fue plenamente entendido por Pilato, ahora es ampliado para abarcar el mundo entero, Señor de señores.

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Sólo Jesús es el centro de los corazones, el único y supremo fin de la creación y el principio de todas las cosas.

Sólo Jesús es el manantial de la vida, la fuente de la gracia, el sol que debe iluminar a todo hombre que viene a este mundo.

Jesucristo es el Alfa y Omega, el principio y el fin de todas las cosas…

Sólo en Él habita toda la plenitud de la Divinidad y de la gracia, de la perfección y de las virtudes…

Él es el único Maestro que debe enseñamos, el único Señor de quien debemos depender, el único Modelo a que debemos conformarnos, el único Médico que debe curarnos, el único Pastor que nos debe alimentar, el único Camino que debe conducirnos, la única Verdad que debemos creer, la única Vida que nos debe vivificar, y nuestro único Todo, que en todas las cosas nos debe bastar.

Porque no hay bajo el cielo otro nombre sino el de Jesús, por el cual nos podernos salvar. Dios no nos ha dado otro fundamento para nuestra salvación, perfeccionamiento y gloria, que a Jesucristo.

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD

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