SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN


ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

R. P. Juan Carlos Ceriani

El Verbo se hizo carne

Celebramos hoy el momento más sublime que vieron los siglos, el día en que la Justicia y la Paz se abrazaron, reconciliándose cielos y tierra.

No lo dejemos pasar irreflexivamente. Hoy nos es dado disfrutar de goces sobrenaturales. Elevémonos, pues, a las alturas, y tendremos parte en la alegría que estremeció al mundo entero en la fecha que conmemoramos.

El día de la Encarnación del Verbo es momento de gloria para la Santísima Trinidad.

Aquel 25 de marzo dichoso fue glorioso. Para el Padre, para el Hijo y para el Espíritu Santo.

El Padre Eterno, que hasta ese momento miraba con horror a la humanidad afeada por el pecado, depuso su ira, irradiando complacencia, pues se celebraban las bodas de su Hijo con la humanidad. De la tierra, que apenas exhalaba otra cosa que vapores pestilentes de pecado, recibió un tributo de adoración capaz de apaciguar su cólera y aplacar su justicia, el tributo de valor infinito del Hombre Dios.

El Hijo vio cumplidas sus ansias de estar con los hijos de los hombres y sus deseos de aplacar la Justicia divina y restaurar el desorden introducido en el mundo por el pecado, al ofrecerse en el primer instante de su Encarnación al Padre como víctima de propiciación.

El Espíritu Santo, al derramarse sobre la sacratísima Humanidad de Cristo, dio realidad plena a la fuerza expansiva de la Bondad divina, a la fuerza comunicativa que le impulsa a repartir sus dones entre las criaturas.

Las tres Personas divinas intervinieron en al acto de la Encarnación. El Padre, enviando a su Hijo al mundo; el Hijo, tomando la naturaleza humana; el Espíritu Santo, prestando fecundidad al seno de una Virgen sin mancilla.

Del resplandor eterno que irradió este milagro, llenáronse los cielos de gloria, y los Ángeles entonaron a la Santísima Trinidad cantos nunca oídos, pequeño vislumbre del gozo que ese día inundó las alturas.

No permanezcamos callados mientras cantan las jerarquías angélicas. Desatemos nuestra lengua y alabemos al Padre por habernos dado a su Hijo; bendigamos al Hijo porque se dignó hacerse hermano nuestro tomando nuestra naturaleza; glorifiquemos, en fin, al Espíritu Santo, como autor de este milagro excelso

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La jornada de la Anunciación fue día de exultación para María. El Verbo del Padre celebra sus bodas con la humanidad, y como tálamo nupcial se escoge el seno de la Doncella purísima de Nazaret.

¿Podría concebirse dicha más inefable, honra más augusta, honor más sublime?

Una pura criatura es elevada a la alteza de Madre de Dios… ¿Cabe dignidad más excelsa? Con razón la llamó el Arcángel en su embajada: Bendita entre todas las mujeres, ya que el título de Madre de Dios que le transmitía, la colocaba en un lugar no ya preeminente, sino único entre los mortales.

El seno purísimo de la Madre de Dios es la Cátedra del Maestro divino, es la Catedral del Sumo y Eterno Sacerdote, es el Trono del Rey Inmortal.

Felicitemos con efusión a la Madre de Dios, sin temer excedernos en sus loores. Nuestra balbuciente lengua no puede formar notas que suenen armónicamente en los oídos de tan grande Reina.

Pero el Arcángel supo dictarnos un saludo, que nosotros hemos aprendido; y ese saludo repetiremos ahora, con todo el fervor de nuestro corazón, como congratulación nuestra a la Virgen Santísima en fecha tan señalada: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…

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Finalmente, fue un día de gozo para la humanidad. El 25 de marzo es la fecha en que se reconcilió el mundo con Dios; desde ese día el Padre ha de mirar con ojos de agrado a la naturaleza que cuenta entre sus hijos al Objeto de sus complacencias.

Es la fecha en que la naturaleza humana fue deificada, ya que la gloria de uno de los miembros redunda en honor de todo el cuerpo.

En un día como hoy, el Hijo recibió del Padre la misión de obrar nuestra salvación. Saliendo da lo más alto del Cielo, se aprestó como gigante para correr su camino, y se encerró en el huerto cerrado del vientre virginal.

Hoy se hizo uno de nosotros y hermano nuestro, y comenzó a peregrinar como nosotros. Hoy descendió del Cielo la Vida que vivifica a todo hombre…, la Luz verdadera para alejar y disipar nuestras tinieblas…, la Verdad para refutar el error…, la Piedra Angular para ser fundamento de toda edificación espiritual…, el Sacerdote y Redentor para rescatarnos del poder del demonio…

Hoy fueron oídos y tuvieron su cumplimiento los clamores y deseos de los Patriarcas y Profetas… Este día es el principio y fundamento de nuestras solemnidades y el comienzo de todo nuestro bien. Allí, en la casita de Nazaret, en fin, comenzó la plenitud de los tiempos…

Dice San Buenaventura: Ya ves cuán admirable es la obra de este día, y cuán festivo es este acontecimiento; todo él es deleitable, todo gozoso, todo deseable y digno de ser recibido con toda devoción, de ser celebrado con todo júbilo, con regocijo y saltos de alegría… Medita, pues, estos misterios, deléitate en ellos, y serás embriagado de placer.

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El misterio que hoy conmemoramos, cobra una realidad especialísima en el momento de la Comunión. Por la recepción de la Eucaristía se nos da a gozar la recepción y permanencia de Cristo. Si pudiésemos albergar al Verbo del Padre en nuestro pecho con los mismos sentimientos de la Virgen pura, de la Madre de Dios…

Pidámosle sus disposiciones…, y digamos con la Liturgia: Oh Dios, que quisiste que tu Verbo tomase carne en el seno de la Santísima Virgen María, después de anunciárselo el Ángel; concede a nuestras humildes súplicas, que, pues la creemos verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante Ti con su intercesión.

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD

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