FIESTA DE CRISTO REY


FIESTA DE CRISTO REY

RP. Juan Carlos Ceriani

El Verbo Encarnado ocupa el lugar central en la economía del mundo. No sólo compendia en su Ser todas las perfecciones creadas e increadas, sino que su acción personal se extiende a todo.

Dios ha puesto el gobierno del mundo en sus manos de Cristo, Ungido. Toda la vida de los puros espíritus en el Cielo, así como los acontecimientos en la tierra, dependen de su impulsión rectora y de su dominación de Cabeza.

Tiene poder sobre toda la creación. Su imperio es tan vasto como el de Dios, porque es Dios.

Ni el bien, ni el mal, nada acaece sino por su voluntad o por su permisión. No hay ni un átomo en el universo, ni un acto humano que pueda sustraerse a su omnipotente influencia de Cristo.

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Jesús realiza la obra de universal reconciliación del mundo con Dios por su sacerdocio y por su realeza.

Como Sumo Sacerdote, su doble mediación lo mantiene continuamente ante la faz del Padre para adorarlo, agradecerle, rogarle, rendirle en nombre nuestro el culto de glorificación debido a su Majestad infinita, pero también para hacer descender sobre nosotros las gracias divinas, todas las mercedes de la Trinidad de que los hombres tienen necesidad.

Como Rey, a través de los duros combates de su Iglesia militante, conduce a los suyos hacia la beatitud eterna, en la inmutable visión de paz.

Sacerdocio y Realeza se proporcionan mutuo apoyo. Todo está al servicio de Cristo Sumo Sacerdote. Cristo es Rey para cumplir su oficio de Sacerdote.

Su Realeza universal encuentra, como el Sacerdocio, su fundamento supremo y su grandeza totalmente divina en la unión hipostática.

Cristo es Rey, como Dios, con su Padre y el Espíritu Santo, por un poder de dominación soberana y creadora sobre todos los seres visibles e invisibles.

Es Rey también, por la plenitud de su gracia capital, como Hijo de Dios Encarnado.

En fin, lo ha llegado a ser a título de Redentor, por derecho de conquista; y sabemos por la Escritura que “su Reino no tendrá fin”.

La Iglesia nos enseña que Él posee hasta una realeza temporal, que lo constituye directamente propietario de todas las riquezas del universo. Dice Pío XI en la Quas primas:

Erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio.

Por lo tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.

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Jesús ha establecido su Reino de Verdad, los poderes políticos no sólo no deben ser hostiles a Jesucristo y deben respetar las conciencias de los que creen en Él, sino que deben considerarse como mandatarios del Rey Jesús y fomentar los intereses de su reino espiritual.

Nada perderá el mundo en que reine Jesús; mejor, nada mayor ni mejor puede perder el mundo que perdiendo la Realeza de Cristo Jesús. Ningún crimen mayor, ninguna desgracia mayor, de lesa vida y de lesa sociedad humana, que repetir la frase terrible de los judíos ante el pretorio: No queremos que éste reine sobre nosotros.

Porque ningún rey puede procurarle a un pueblo mayores ni más excelsos bienes que los que Jesús procura a los suyos; ninguno podrá jamás llegar al esplendor del Reino de Jesús, en el que caben todas las grandezas humanas, coronadas y glorificadas con grandezas divinas de verdad, que sólo pueden hallarse en el Reino de Jesucristo.

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La Misa de Cristo Rey es rica en enseñanzas y matices: la Epístola nos presenta los Títulos que Jesucristo tiene a la Realeza; el Evangelio nos instruye sobre la Naturaleza del Reino de Jesucristo; y el Prefacio proporciona las principales Características del dicho Reino.

Consideremos, pues, las características de este Reino según el magnífico texto del Prefacio de la Misa de Cristo Rey:

Digno y justo es, en verdad equitativo y saludable, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios.

Porque ungiste con el óleo de la alegría a tu unigénito Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote Eterno y Rey Universal; para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima inmaculada y pacifica en el altar de la Cruz, consumara el sacramento de la redención humana. Y sometiendo a su imperio la creación entera, entregase a tu inmensa Majestad, un reino eterno y universal; un reino de la verdad y de la vida; un reino de la santidad y de la gracia; un reino de la justicia, del amor y de la paz.

Es el “Reino de la verdad y de la vida”: Regnum veritatis et vitæ.

Es el Reino de la verdad porque le informa la Verdad por antonomasia, que es la misma verdad de Dios, que Jesucristo trajo del Cielo a la tierra.

Reino de la verdad sin mentira; luz divina que es de todos y para todos, porque este Rey quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de su verdad.

Luz clara y radiante, que ahuyenta errores, deshace sofismas, desenmascara la mentira.

Luz fija e indeficiente, que no sólo ilumina los caminos de los hombres y de la historia, sino que hace a los mismos hombres luminosos, porque les comunica la claridad de la vida según Dios. En un tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor, dice San Pablo.

Luz que procede del Rey-Luz, porque Él mismo dijo que era la Luz; que hace caminar a los hombres hacia Él, por los caminos de la luz, hacia las regiones de la luz inmortal, eterna.

Luz verdadera, que da a las cosas su propio color y que hace sean vistas en su realidad, sin titubeos ni engaños.

Reino de la vida, porque este Rey nos trasladó de la muerte a la vida cuando nos hizo reino suyo; porque fuera de este reino no hay más que la muerte, la temporal y la eterna que, como dice san Agustín, es la síntesis de toda muerte.

Es el reino de la vida, porque en él se vive una vida sobrenatural, según el ritmo de la vida del Rey, oculta con la suya en Dios.

Reino de la vida, porque después de esta vida natural, que tanto se asemeja a la muerte y que tiene por término la muerte del cuerpo, se nos ha reservado, a todos los hijos del Reino de Jesucristo, una vida de vida sempiterna, de cuerpo y alma: Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable.

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Es el Reino de la santidad y de la gracia: Regnum sanctitatis et gratiæ.

Es el Reino de la santidad, porque el fin de este reino no es otro que la rectificación y la rectitud de la vida, según las exigencias de la vida de Dios, que es santidad esencial.

Reino de santidad, porque en este reino todo es santo: su cabeza, que es el Rey Jesús, su doctrina, su ley, sus sacramentos, la misma sociedad que forma este reino, la Santa Iglesia, que tiene por alma el mismo Espíritu de Dios, que es el Espíritu Santo.

Reino de la gracia, porque todo en este reino es gracioso, derivado de la bondad liberalísima de Dios; porque el que entra en él no tiene que hacer más que acoplar su libertad a la voluntad y a la gracia de Dios.

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Es el Reino de la justica, del amor y de la paz:
Regnum justitiæ, amoris et pacis.

Reino de la justicia, porque todo en él se pesa según la balanza de Dios, y nada vale si no lleva el sello de Dios.

Reino de la justicia, porque la verdad divina, que le informa, y la ley divina, que le sostiene, son expresión y garantía a un tiempo de toda justicia.

Reino de justicia, porque nuestro supremo Rey es la justicia esencial, que da a hombres y pueblos lo que merecen, según sus obras.

Es Reino del amor, porque el amor es el carácter distintivo de sus súbditos.

Reino del amor, porque el amor del Padre, que envía al Hijo para que funde el reino, y el amor del Hijo, que muere para fundarlo, y el amor del Espíritu Santo, que lo informa, son lo que podríamos llamar ley histórica y constitucional de su fundación.

Reino del amor, porque todo amor legítimo se han de consumar en el reinado del amor contemplativo de la gloria, donde todo amor se fundirá en el divino amor, sin confundirse con él, para constituir la felicidad de toda criatura que forme parte de este reino.

Es, finalmente, el Reino de la paz, porque su Rey es el Príncipe de la paz, el que ha puesto la paz entre los Cielos y la tierra, el que trae la paz a los hombres de buena voluntad, y les pone en paz consigo mismos, con Dios y con el prójimo.

Reino de la paz, porque empieza con la paz de todos los factores humanos en la tierra, para consumarse en la paz inalterable y eterna de la gloria.

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Dice el Invitatorio de la Fiesta de hoy: Jesum Christum, Regem regum, venite, adoremus: Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes.

Adorémosle y constituyámoslo Rey nuestro en todos los órdenes.

Sólo tiene un enemigo este Rey que pueda substraernos a su imperio: es nuestra libertad.

Ella es la única fuerza que puede restar el dominio de este Rey, sin merma de su poder y con daño gravísimo nuestro.

Toda la creación doblega sus rodillas ante el gran Rey; actualmente sólo el hombre, insensato, por debilidad, por cobardía o por malicia, es capaz de negarle pleitesía a Jesucristo Rey.

Entremos en el fondo de nuestra conciencia; recordemos ciertos momentos de nuestra vida; y contemos cuántas veces nuestra libertad ha conculcado los preceptos de este Rey.

Que no sea así jamás en adelante…

Y para ello, digámosle a Jesucristo Rey aquellas palabras de la Liturgia, que parecen un grito contra la libertad del hombre, pero que de hecho son la salvación del hombre si les da eficacia: ¡Señor Rey! Subyuga a tu imperio hasta nuestras voluntades rebeldes.

Rey nuestro, Jesús, Salvador nuestro, al celebrar tu realeza, no queremos contentarnos con rendirte las efímeros tributos de nuestra devoción, sino que queremos que tomes posesión de nuestra libertad. Usa de ella, Rey nuestro, como te plazca, que mejor que en nuestras manos pecadoras, que la sacan de su cauce para ofenderte, está en las tuyas santísimas, que pueden hacer de ella la obradora de nuestra salvación, temporal y eterna.

Rey nuestro, Jesús, somos rebeldes a tu cetro, lo hemos sido mil veces; toma nuestra libertad, véncela, subyúgala, para que jamás pueda levantarse contra Ti

Venga a nos el tu reino, Jesús Rey, en los individuos, en las familias, en la sociedad, para que después de haber sido dignos súbditos de tu cetro, podamos formar parte del Reino eterno de la gloria, donde con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD

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