ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


R. P. Juan Carlos Ceriani

ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Celebramos y festejamos hoy la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo.

Y con motivo de esta solemnidad, tengo que predicar sobre este misterio de la vida de la Virgen Inmaculada…

Pero recuerdo que Santa Teresita del Niño Jesús, dijo:

“Para que un sermón sobre la Santísima Virgen me guste y me haga bien, es necesario que vea su vida real… Nos la presentan inasequible, sería necesario mostrarla imitable, destacando sus virtudes.

Está bien hablar de sus prerrogativas, pero no hay que decir tan sólo eso. Y si en un sermón uno está obligado desde el principio hasta el fin a exclamar “¡Ah! ¡Ah!”, uno se cansa.

Que los sacerdotes, pues, nos muestran sus virtudes practicables. Es especialmente importante que podemos imitarla. Ella prefiere antes la imitación que la admiración”.

Así pues, me dirán: ¿Cómo hará, usted, para mostrarnos imitable a la Santísima Virgen María en el misterio de su Asunción al Cielo?

Usted no puede hacer otra cosa que descubrimos sus prerrogativas, presentarnos a la Virgen Asunta admirable pero inasequible…

Entonces, ¿cómo explicar este misterio no sólo admirable, sino también capaz de ser imitado?

De hecho, hoy celebramos el momento en que el Arca sagrada y viviente de Dios vivo, la que llevó en su seno a su Creador, ingresa en el Templo del Señor en lo más alto del Cielo.

Y los Arcángeles aplauden, las Virtudes dan gloria, los Principados exultan, las Dominaciones se alegran, los Poderes aclaman, los Tronos celebran, los Querubines cantan alabanzas, los Serafines proclaman la gloria, ya que para ellos es un gusto glorificar a la Madre de la Gloria.

Entonces, ¿cómo exponer este misterio y hacerlo no sólo admirable, sino también capaz de ser imitado?

Hay que recordar que la Virgen María es presentada por los Padres de la Iglesia como la nueva Eva, íntimamente unida al segundo Adán en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que debía culminar con la victoria total sobre el pecado y la muerte.

Por lo tanto, así como la gloriosa Resurrección de Cristo fue parte esencial y el último trofeo de esta victoria, también era necesario que la batalla librada por la Virgen María, unida con su Hijo, terminase por la glorificación de su cuerpo virginal.

Esta es la razón por la cual la augusta Madre de Dios, Inmaculada en su Concepción, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, finalmente obtuvo, como suprema culminación de sus privilegios, ser preservada de la corrupción del sepulcro y ser asunta en cuerpo y alma a la gloria de las alturas, para brillar como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos.

Entonces, una vez más, ¿cómo explicar este misterio no sólo admirable, sino también imitable?

Podemos y debemos imitar a Nuestra Señora:

* En unión con Nuestro Señor y Nuestra Señora participar en la lucha contra el enemigo infernal; lucha que debe conducir a la victoria completa sobre el pecado y la muerte.

* Triunfar sobre el pecado y sus consecuencias a fin, no de ser preservados de la corrupción del sepulcro, pero sí para conseguir una resurrección gloriosa y ser después llevados en cuerpo y alma a la gloria del Cielo.

Para apreciar mejor los maravillosos frutos que podemos recoger de esta fiesta, hay que recordar la terrible pérdida que hicieron nuestros primeros padres del tan feliz estado en el que Dios los había colocado.

Tan pronto como Adán desobedeció a Dios y quebrantó el mandamiento que le decía: Puedes comer de todos los frutos del jardín, pero no tocar el árbol de la ciencia, del bien y del mal, porque cuando comas de su fruto, ciertamente morirás, de inmediato cayó en esta terrible desgracia que le hizo perder la santidad y la justicia en las que había sido creado, y él mismo se convirtió en objeto de una serie de otros males.

Por otro lado, no debemos olvidar que este pecado y su castigo no se limitaron a Adán, sino que fueron como el origen y el principio de lo que legó a toda su posteridad.

Sin embargo, en el momento de la condena general, que siguió inmediatamente al pecado, Dios hizo brillar la esperanza de la Redención en las palabras que utilizó para predecir al diablo su propia ruina: pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la de ella. Ésta te herirá en la cabeza, y tú asecharás su calcañar.

Eva, que creyó la mentira de la serpiente, quien siguió la sugerencia del enemigo, recibió una sentencia de tristeza y de dolor: debe sufrir los dolores del parto, y fue condenada a muerte juntamente con Adán.

Pero María, que se inclinó obediente y dócil a la palabra de Dios, que fue llena de gracia y de la fuerza del Espíritu Santo, que recibió en su seno la Persona del Verbo de Dios, que dio a luz sin dolor natural, ¿cómo podría ser devorada por la muerte y sus consecuencias? ¿Cómo la corrupción se atrevería a tomar el cuerpo que contenía la vida?

Todas estas cosas repugnan y son absolutamente ajenas al alma y al cuerpo que llevaron a Dios.

El parto que dio a luz al Hijo de Dios fue privado de angustias y de dolor; sin ningún dolor fue también su partida de esta vida.

He aquí todo el sentido la razón de la Asunción de la Santísima Virgen María en Cuerpo y Alma a los Cielos

Era necesario, en efecto, que esta morada digna de Dios no sufriese la prisión de las profundidades de la tierra…

Así como el Cuerpo santo y puro que por María el Divino Verbo había unido a su Persona, al tercer día resucitó y salió glorioso de la tumba, de la misma manera fue preservado de la tumba y sus consecuencias el Cuerpo virginal de la Madre de Dios, de modo que la Madre fuese asociada junto a su Hijo.

Y así como Él descendió hacia Ella, Ella debía ser transportada al Cielo para estar junto a Él.

Era necesario que Aquella que dio asilo al Verbo divino en su seno, fuese a habitar en los tabernáculos de su Hijo.

Era necesario que Aquella que en el parto conservó intacta su virginidad, conservase también su Cuerpo sin conocer la corrupción de la tumba.

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En unión con Nuestro Señor y con Nuestra Señora en la lucha contra el enemigo infernal, debemos obtener una victoria total sobre el pecado, con el fin de obtener una resurrección gloriosa.

Todos resucitarán, sin distinción de buenos y malos, pero no todos tendrán la misma suerte. Los que hayan practicado el bien, resucitarán para la vida eterna, y los que hayan hecho el mal, tendrán una resurrección de condenación.

Cada uno resucitará con su propio cuerpo, es decir, con el mismo cuerpo que tenemos en la tierra, y que se habrá corrompido en el sepulcro, y reducido a polvo.

Y no sólo nuestro cuerpo resucitará, sino también todo lo que pertenece a la integridad de su naturaleza, ornamento y belleza.

Especialmente nuestros miembros serán restaurados y devueltos todos a su lugar, porque todos son necesarios para la integridad del cuerpo humano. Por lo tanto, el ciego de nacimiento, o los que se hayan convertido por accidente, los cojos, los mancos, los enfermos de todo tipo, todos se levantarán con un cuerpo perfecto y completo.

Los malos también resucitarán con todos sus miembros, incluso con aquellos que hayan perdido voluntariamente. De hecho, cuantos más miembros tengan, se multiplicará más su sufrimiento. No será para su beneficio que van a ser restaurados a su estado original, sino para su desgracia y castigo.

Sin embargo, el cuerpo que resucitará, si bien en esencia será el mismo que la muerte haya destruido, su condición cambiará de manera significativa.

En efecto, la diferencia crucial entre la primera y la segunda condición es que nuestro cuerpo, que estaba previamente sujeto a la muerte, se volverá inmortal, tan pronto como sea llamado a la vida, sin distinción de buenos y malos. La inmortalidad será común para todos.

Además, los cuerpos de los Santos, después de la Resurrección, poseerán ciertas prerrogativas que los harán mucho más excelentes que antes.

Los Santos Padres cuentan cuatro principales, en conformidad con la doctrina del Apóstol San Pablo.

La primera es la impasibilidad, es decir, este precioso don que preserva de todo tipo de mal, el dolor, en una palabra, de cualquier cosa desfavorable. La severidad del frío, el ardor de la llama, la violencia de las aguas, nada podrá hacerles daño.

Los condenados no compartirán con los santos la impasibilidad. Al contrario, sus cuerpos, a pesar de su incorruptibilidad, sufrirán el calor, el frío, y mil otros tormentos.

La segunda es la claridad, que hará que el cuerpo de los Santos sea tan brillante como el sol.

Esta claridad no es más que un rayo de la felicidad suprema del alma reflejándose en todo el cuerpo.

Pero no se crea que este don de la claridad se distribuirá a todos por igual, como el don de la impasibilidad. Los cuerpos de los Santos serán todos impasibles, pero no tendrán el mismo grado de claridad. San Pablo dice, otro es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las otras estrellas. Y una estrella difiere de otra en la claridad, así será en la resurrección de los muertos.

La tercera cualidad de los cuerpos de los Santos será la agilidad. Ella librará de la carga corporal que pesa en la vida presente.

Este cuerpo podrá transportarse donde quiera el alma, con facilidad y velocidad inigualable. Por eso el Apóstol dijo: Se siembra en flaqueza, se resucitará en el poder.

La cuarta cualidad es la sutileza. Ella hará que el cuerpo sea completamente sumiso al dominio del alma, será su sirviente, siempre dispuesto a obedecer a la menor señal. Es la afirmación muy clara del apóstol San Pablo: lo que se siembra en la tierra, dice, es un cuerpo natural, y lo que será resucitado será un cuerpo espiritual.

Esta es una gran ventaja que debemos sacar de la meditación de este misterio: la idea de la resurrección nos trae el mejor consuelo en todas las penas y miserias de la vida.

Por último, no puede haber verdad mayor para ayudar a los fieles a hacer todo lo posible para vivir una vida santa y pura, libre de todo pecado.

En efecto, si pensásemos seriamente en las incalculables riquezas que han de seguir a la resurrección, y que esperamos vamos a obtener, no tendríamos ninguna dificultad en colaborar con celo en la práctica de la virtud y de la piedad.

Por el contrario, nada puede ser más eficaz en el control de las malas pasiones y para desviar al hombre del mal, que el recuerdo del castigo y la tortura que castigará a los impíos, cuando, en el último día, se levanten para ser condenados.

Por lo tanto, si evitamos nuestros pasados defectos, si amamos con todo nuestro celo y practicamos las virtudes, la Santísima Virgen María multiplicará sus visitas a sus siervos, y morará en sus corazones.

Espero, pues, haber mostrado a la Virgen Santísima asequible, imitable, en este misterio de su gloriosa Asunción.

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD
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