NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO ROSARIO


MARU

NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO ROSARIO

R.P. Juan Carlos Ceriani

Entre todas las devociones de la Virgen, una de las más celebradas es la del Rosario o Salterio de María, llamado así porque consta de ciento cincuenta Avemarias, que corresponden al Salterio de los ciento cincuenta Salmos de David.

Santo Domingo de Guzmán fue el primero que lo ensenó y predicó con el método y orden admirable de meditar los misterios de nuestra fe, repartidos en tres clases, de gozosos, dolorosos y gloriosos, que él aprendió de Nuestra Señora; y de él lo recibió la Iglesia como cosa venidla del Cielo para provecho de todo el mundo, culto de la Madre de Dios y gloria del mismo Dios.

En esta utilísima devoción se eslabonan y encadenan la oración mental y vocal, para que el alma y el cuerpo, el entendimiento y la lengua, la voluntad y los labios alaben a Dios, celebren a la Madre de Dios, y no haya parte en el hombre que no alabe al Creador y Redentor del hombre, y a su Madre Santísima.

Aunque ha sido muy célebre esta devoción Rosario desde el tiempo de Santo Domingo, hizo más célebre con ocasión de la famosa batalla naval de Lepanto, que se ganó por intercesión de Nuestra Señora y, particularmente, por la devoción de su Santo Rosario.

Después que Selim II decidió dominarlo todo con su poder, y presumía eclipsar con sus lunas las luces clarísimas de nuestra fe, el Santísimo Pontífice Pío V procuró unir todas las armas católicas contra el enemigo común de la Cristiandad.

Fue esta batalla la más célebre que han conseguido en el mar los cristianos, y no se vio antes primera o ha visto después segunda en sus campañas.

Debióse esta insigne victoria a las oraciones de San Pío V y de la cristiandad, y principalmente a la intercesión de la Sacratísima Virgen María, Nuestra Señora, singular patrona de las batallas, a quien el Sumo Pontífice encomendó esta empresa, y el general y capitanes hicieron diversos votos.

Se consiguió esta victoria en el primer domingo de octubre de 1571, día que la Orden de Predicadores tenía consagrado al culto de Nuestra Señora del Rosario.

El Sumo Pontífice San Pío V, en reconocimiento de tan señalada merced, consagró este día a su culto con título de Santa María de las Victorias.

Gregorio XIII, que le sucedió, mandó que se celebrase, cada año en el primer domingo de octubre en todas las iglesias del orbe cristiano donde hubiese capilla o altar de Nuestra Señora del Rosario, fiesta a Nuestra Señora con título del Rosario, por haberse alcanzado esta victoria por su devoción.

Confirmó esta fiesta Clemente VIII. Clemente X, a instancia de la reina Doña Mariana de Austria, mandó que en todos los reinos y señoríos de la monarquía católica se celebre fiesta de Nuestra Señora del Rosario, con oficio de doble mayo.

Es muy digna, pues, de ser usada por todos, y muy agradable a Nuestra Señora, la devoción de su Santísimo Rosario.

Fuera de estar aprobada y recomendada por la Iglesia, este Rosario o Salterio de Nuestra Señora se compone de las mejores oraciones que tiene la Iglesia, y las mejores que se puede dirigir a la Virgen Santísima.

Muchas son las batallas que se han conseguido con las armas del Rosario, pero ¿qué diremos de las victorias espirituales que han conseguido los devotos de María Santísima, de los demonios y de los vicios, por medio del Rosario?

Muchos son los que, por medio de esta devoción, han salido de sus culpas y se han desnudado de los vicios y malas costumbres que se habían convertido en naturaleza.

¿Cuántos, que estaban desesperados de su salvación, han cobrado esperanzas de vida eterna, rezando el Rosario?

¿Cuántos, que a toda prisa caminaban por el camino de la perdición, han tomado el camino recto por medio de esta devoción?

¿Cuántos se han librado por el Rosario de males temporales y eternos?

Para muchos pecadores ha sido principio de su felicidad eterna el haber perseverado mucho tiempo en la devoción del Rosario.

Considerando, pues, los diversos favores y mercedes que Dios hace por medio del Santo Rosario, podemos decir que es la honda de David con que se derriba al gigante y se hace huir al ejército de los filisteos demonios…

Es la mejor de las armas con que se han de armar los fuertes para defenderse y atacar a los enemigos.

El Rosario se compone de las rosas y flores de que gusta María Santísima, y esto basta para aficionarnos a su devoción.

Todo lo es el Rosario, corona de María y corona nuestra.

Si quieres, pues, coronar a María con una corona de su buen gusto, no busques diamantes ni piedras preciosas, para labrarle una carona digna de su grandeza, sino rézale todos los días su Rosario con mucha devoción, meditando juntamente los Misterios del Rosario; gozándote de los privilegios de María, para que acompañe la consideración a la voz y no esté lejos el entendimiento de la lengua.

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No obstante todas estas reflexiones, no es leve el peligro de desperdiciar la hermosa corona de místicas rosas, si no se aplica un método, el cual facilite la meditación de los Misterios —misterios de alegría, de dolor y de gloria— que se anuncian al principio de cada decena.

Aquí les propongo el que ofrece Monseñor Francisco Olgiati. Dice el sabio escritor italiano:

Para poder mantener fácilmente la atención en los Misterios, evitando el peligro de pasar inadvertidamente de la consideración del Niño Jesús en Belén al… campo de fútbol o a las otras chucherías de la vida diaria, es útil que unifiquemos el Rosario entero con un pensamiento central, con una idea dominante, con un tema que de vez en cuando podamos elegir y desarrollar.

Es verdad que, también aquí, hay que recordar que hay muchos métodos. Me limito a describir uno, experimentado por varias personas, las cuales, después que lo han aprendido y aplicado, encuentran fácil, bello y gustoso su Rosario.

Hacen así: cada vez que deben decir la corona, antes de empezar, determinan el tema, el pensamiento unificante, que deberán meditar durante el rezo de las cinco decenas de Avemarias.

Por ejemplo: es lunes y se proponen, meditar los Misterios gozosos y la Eucaristía.

Martes, eligen como tema los Misterios dolorosos y las almas del Purgatorio.

Miércoles, la idea central será los Misterios gloriosos y el Misionero.

Nótese bien. Los temas se pueden multiplicar al infinito. Así pueden ser El Rosario y el Papa; o el Rosario ylos Ángeles; o si no el Rosario y nuestro apostolado; o también el Rosario y nuestra muerte; el Rosario y el amor de Dios; el Rosario y la pureza; el Rosario y Jesús; el Rosario y la Virgen; el Rosario y el Sacerdocio; el Rosario y la Iglesia; el Rosario y nuestros dolores, etc.

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I. — Supongamos que hemos de meditar los Misterios del Rosario; tomando como tema los difuntos, o sea,las
Almas del Purgatorio.

En seguida, entre otras mil, saltan a la memoria las siguientes consideraciones:

1er Misterio gozoso: la Anunciación. ¡Cuántos siglos hacía que la humanidad esperaba al Redentor! “¡Oh cielos, enviad vuestro rocío! ¡Oh nubes, lloved al Justo!” El Ángel que aparece a la Virgen, señala la hora deseada. El Verbo se une a la humanidad.

También en el Purgatorio, ¡desde cuánto tiempo las Almas sufrientes esperan la redención! Cada instante les parece más largo que los siglos. Rorate cœli de super !…

Nosotros debemos ser como el Ángel, que les lleva el anuncio de la liberación. Jesús se unirá a estas Almas y serán felices. La Virgen, que nos ha dado a Jesús, lo dará también a los hermanos que gimen y suspiran.

2º Misterio gozoso: la Visitación. — La Virgen va a los montes de Hebrón, llega la gracia y la alegría a la casa de Isabel, y luego canta el Magnificat.

Nosotros le rogamos, para que vaya también a la cárcel del dolor, donde se purifican las Almas; y también allí, por medio de su Jesús, lleve la gracia.

En el impulso del reconocimiento, las almas libertadas, juntamente con Él, elevarán el Magnificat

¿No es éste, acaso, el himno más apropiado para quien entra en el cielo?

3er Misterio gozoso: El Nacimiento de Jesús. — La miseria de una gruta y la desolación del Purgatorio.

Es de noche, porque falta la luz de la visión beatífica.

Pero también en esas Almas nace Jesús con la gloria. Y los Ángeles vuelven a cantar: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

4º Misterio gozoso: la Purificación de María y la Presentación de Jesús en el templo. — La Virgen no tenía necesidad de la purificación; pero esas almas la necesitan. El ofrecimiento de las tórtolas y de las palomas es el símbolo de nuestra humilde y pobre oración de sufragio. Luego Simeón, que estrecha a Jesús entre sus brazos con alegría, nos recuerda la felicidad de un alma cuando alcanza a Jesús en el Paraíso.

Puede, también, el Misterio, recordarnos la Misa por los Difuntos, porque también en el Santo Sacrificio elevamos a Dios una Hostia que esconde a Jesús.

5º Misterio gozoso: Jesús perdido y hallado en el Templo. — La angustia de la Virgen por haber perdido a Jesús puede recordar el dolor de las Almas que, en el Purgatorio, buscan a su Dios y lloran. Lo encontrarán en el Templo de la Jerusalem nova. ¿Quién, mejor que la Virgen, recordando cuánto ha sufrido durante esos tres días de ansia, puede comprender y abreviar los días de la expiación?

1er Misterio doloroso: Jesús en el Huerto. — Entre las tinieblas del Purgatorio también las Almas oran angustiadas: tristis est anima mea usque ad mortem, sustinete hic et vigilate mecum. Pero, ¡ay!, muchas veces dormimos como los Apóstoles; como los amigos de Jesús en Getsemaní: y las Almas del Purgatorio nos dirigen dulcemente su lamento: Sic non potuistis una hora vigilare mecum ? Pero están resignadas, y aunque pidan a Dios: Si possibile est, transeat a me calix iste, agregan: Sed tamen, non mea sed tua fiat voluntas.

2º y 3er Misterios dolorosos: La Flagelación y la Coronación de espinas. — En este mundo se da poca importancia al pecado y sobre todo a las culpas veniales.

En el Purgatorio, cada culpa cometida, y no satisfecha perfectamente, será como un azote o una espina, que hace sangrar a las Almas culpables. Nosotros podemos, ofreciendo al Padre las injurias sufridas por Jesús en su Pasión, abreviar la duración de esos tormentos; y entonces, en vez del azote, habrá una paz; en vez de la corona de espinas, habrá una corona de rosas y de gloria.

4º Misterio doloroso: Jesús con la Cruz a cuestas, camino al Calvarlo. — Para prescindir de muchas aplicaciones, fijemos nuestra atención en la Verónica.

Jesús asciende al Monte del dolor y la Verónica sale a su encuentro, le presenta el blanco lienzo en el que Jesús limpia su rostro y deja impresa su imagen.

También las Almas del Purgatorio van camino al Calvario; la cruz de sus pecados las agobia y aplasta; esperan, y muchas veces en vano, al buen Cireneo que las ayude. Nosotros, con el Rosario, somos como la Verónica, vamos a su encuentro, las levantamos y les secamos las lágrimas.

La mirada de Jesús a la Verónica trae a la memoria la mirada de aquellas Almas hacia nosotros, la mirada suave de gratitud por nuestros sufragios.

5º Misterio doloroso: la Muerte de Jesús en la Cruz. — También aquí elegimos una sola palabra del Divino Crucificado. Hodie mecum eris in paradiso.

Todos nosotros podemos compararnos al buen ladrón, porque hemos pecado e imploramos misericordia. Nadie, como las Almas del Purgatorio, repite con mayor fervor la súplica: Memento mei, Domine

En nombre de su preciosa Sangre, queremos que Cristo responda en seguida a cada una de ellas: Hoy estarás conmigo en el Paraíso.

1er Misterio glorioso: la Resurrección. — Y he aquí que un sonido anuncia la liberación. Nuestros sufragios vuelven la lápida que encierra a esas almas en la tumba del Purgatorio. Unidas para siempre a Jesús, triunfan. La resurrección de Jesús les ha preanunciado su resurrección espiritual, en la espera de que en el último día resuciten también los cuerpos.

Resurrexit, non est hic.

2º Misterio glorioso: la Ascensión. — ¿Acaso no es natural el paralelo entre Jesús que asciende al Cielo, y las Almas del Purgatorio que entran en el Paraíso? Vado parare vobis locum, dice Mateo; y lo susurran también las Almas liberadas de nuestros hermanos, para nuestra consolación.

3er Misterio glorioso: la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.— También sobre aquel Cenáculo de espera, que es el Purgatorio, desciende el Espíritu Santo, invocado por la Virgen y por nosotros.

Veni, Sancte Spiritus; reple tuorum corda fidelium.

El incendio de la caridad abrasa a las Almas y hablan una nueva lengua: la lengua de la gracia perenne y del Amor eterno.

4º Misterio glorioso: la Asunción de la Virgen. — Inmediatamente después de su muerte, la Virgen entró en los esplendores de la visión beatífica y fue elevada al Cielo; en cambio, las Almas del Purgatorio aún no han llegado a la verdadera Patria. Nosotros debemos socorrerlas y mediante oraciones y sacrificios, Misas, indulgencias, mediante nuestro Rosario, y la intercesión de María, debemos apurar su asunción al reino de los bienaventurados.

5º Misterio glorioso: el Paraíso. — Pensemos en la Coronación de la Madre celestial, y en la belleza de la entrada triunfal en los Cielos. El Paraíso y la Virgen; el Paraíso y las Almas liberadas del Purgatorio; el Paraíso y nosotros: son tres ideas que no pueden dejarnos indiferentes.

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Éste es un ejemplo, modesto pero claro, del método descrito. Como se ve, no se trata de una empresa ardua, para la que se exija un sistema de lucubraciones teológicas, sino que es suficiente un poco de actividad y un tema unificador.

II. — Elijamos ahora otro tema. Por ejemplo, los cinco misterios gozosos en relación con el misionero.

Me parece que, entre otras, se presentan las siguientes reflexiones:

1ª) El Arcángel San Gabriel, enviado a la Virgen para anunciarle la Encarnación del Verbo, ¿no es acaso el símbolo de nuestros misioneros? También éstos son ángeles del Señor, elegidos y mandados por Él para anunciar a las almas que Jesús quiere encarnarse espiritualmente en ellas con su gracia. Y cuando encuentran espíritus prontos, que responden a su predicación: Fiat mihi secundum verbum tuum, entonces se puede repetir: Et Verbum caro factum est.

2ª) La Virgen que visita a Santa Isabel, lleva la salud a aquella casa, ¿no nos habla acaso del misionero que parte de su patria cum festinatione, y va, saluda a los hermanos lejanos y les lleva ayuda y la buena nueva?

También el misionero canta el Magnificat de la Buena Nueva y puede exclamar: He aquí que en el Paraíso, todas las gentes me proclamarán bienaventurado y me bendecirán.

Y el Magnificat es elevado al Cielo, cuando a él llega el misionero, con todas las almas que ha salvado.

Recuérdese la ancianita Hermana, muerta pocos años hace en China, que había bautizado durante su largo apostolado alrededor de 50 mil niños, que por ella expiraron en gracia. ¡Cómo habrá sido la entrada triunfal de esa Hermana Misionera en el Paraíso!

Casi 50.000 almas le habrán ido a su encuentro, gritando: Magnficat anima mea Dominum et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo.

3ª) La gruta de Belén trae a la mente las pequeñas y humildes capillas de las Misiones. Tampoco en aquellos países hay un lugar para Jesús en los palacios; y el misionero le busca un refugio donde renazca sacramentalmente. Vienen los simples, como los pastores en la noche de Navidad, a adorarlo; vienen los Magos, los reyes de aquellas tierras, y se convierten.

Et facta est multitudo Angelorum laudantium Deum et dicentium: Gloria !

4ª) ¡Cuántas aspiraciones, cuántos santos anhelos inflaman el corazón del misionero! A semejanza del viejo Simeón, pide al Señor que no le mande la muerte antes de ver a Jesús que llega a las conciencias.

Y cuando se verifica una conversión, cuando puede presentar un nuevo pequeño Jesús al Padre (christianus alter Christus), entonces el misionero entona su Nunc dimittis.

5ª) Llegan las horas del dolor. Jesús crecía, vale decir, la misión se desarrollaba, rica en bellas promesas.

Y he ahí que, como María y José perdieron de vista a Jesús, así el misionero, cuando estalla una persecución (recuérdese la de los bandidos chinos, por ejemplo) ve todo destruido, por lo menos en apariencia, y se lamenta con el Señor: Fili, quid fecisti nobis sic ? Pero vuelve a encontrar, después de la borrasca, al Dios de su corazón y vuelve a emprender su trabajo. Y la misión se desarrolla y progresa apud Deum et homines.

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III. — Para multiplicar los ejemplos, los Misterios dolorosos, o sea la muerte de Jesús, y la Pasión que la ha precedido, pueden prestarse para una meditación sobre nuestra muerte.

1ª) La agonía de Jesús en el Huerto nos preanuncia nuestra futura agonía, cuando sintamos sobre nuestra conciencia nuestros pecados, cuando estemos tristes (tristis est anima mea), cuando comencemos a temblar.¡Padre —rezará cada uno de nosotros—, si es posible, pase de mí este cáliz! Mas no se haga mi voluntad sino la tuya. También vendrá a nosotros un Ángel para confortarnos: apparuit ei Ángelus, confortans eum; y será nuestro Confesor. Y nosotros, confiando en los méritos de Jesús, nos dispondremos a bien morir. ¡Oh María! ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

2ª) La flagelación de Jesús nos puede recordar los dolores físicos, que acompañarán nuestra partida del mundo. Enfermedades y sufrimientos nos harán gemir; y nosotros los soportaremos en unión con el Salvador. Él sufría y era inocente; nosotros sufriremos, pero conociendo nuestras culpas cometidas. Y trataremos de santificar el dolor, recordando que la resignación cristiana transforma el lecho de muerte en altar, donde se consuma un sacrificio acepto a Dios.

3ª) La coronación de espinas es una invitación al examen. En las supremas horas de la vida, nuestros pecados rodearán nuestra conciencia como una corona de espinas agudísimas. ¡Oh, cuan necesario es rogar a Jesús, para que cambie nuestras espinas en flores de perdón y en una corona de amor!

4ª) Jesús sube al Monte Calvario, llevando la cruz; y también nosotros subiremos nuestro Gólgota gimiendo. Moriremos con Jesús. Nos rodearán las almas buenas, que orarán por nosotros; estará junto a nuestra cabecera la Virgen y sentiremos su ayuda eficaz. Y nosotros, como Jesús, nos extenderemos en la cruz y nos prepararemos para la muerte. Proficiscere, anima christiana, de hoc mundo. En aquel instante, la Cruz llevada por Jesús, será nuestra esperanza. Besaremos el Crucifijo, murmurando: “¡Jesús mío, misericordia!”

5ª) En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Con estas palabras Jesús cerró su vida terrena y con ellas también nosotros queremos morir.

Hodie mecum eris in paradiso, ya nos habrá susurrado el buen Salvador. Y también nosotros, en el lecho de la agonía, le diremos: Sitio, ¡tengo aún sed de almas, Señor!; y en el nombre de Jesús y bajo la protección de la Virgen, asistidos por nuestros Santos y por el sacerdote, cerraremos los ojos a la luz de aquí abajo, para abrirlos a los fulgores del cielo.

TOMADO DE: RADIO CRISTIANDAD

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